Por mi zona se dice eso de :Al perro flaco todo son pulgas. Pero yo no me considero perra y mucho menos flaca.
Mi hija, la de 30 soles que más parecen lunas se ha roto una pierna. Os juro que es verdad, que no me invento las desgracias para escribir de algo. Que a veces la vida es así de impertinente. Se ha roto la cabeza del peroné y me la han escayolado.
No la han escayolado a ella, no, me la han escayolado a mi. La pierna es suya, la escayola se la han puesto en su pierna, pero quien la escayola lleva dentro soy yo. En los sesos, en los brazos, en la moral.
A mi santo no lo entiendo. Él me dice que calma, que no pasa nada, que hay que mirar las cosas con una cierta distancia, con tranquilidad. Joder distancia, sí, a unos 10 centímetros de distancia.
Tener una pierna escayolada es jodido, pero cuando la persona escayolada pesa 130 kilos es un drama. Imaginaros llevar a mear a una niña de 130 kilos, 1,77 de altura y que cuando se mueve por el pasillo con la silla del escritorio retumban los suelos. Eso si, mear lo hace sola. Casi. ¡Uff!
Estoy entre que me de el ataque de ansiedad ahora mismo o dejarlo para dentro de 40 días. Pero seguro que para entonces le dolerán los oídos, la uña del dedo gordo o la parte inferior de la cabeza de arriba. ¿Y si me escondo?

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