Mis enfriamientos son siempre muy gordos. Como yo. Empiezan con tos para atacarme luego la garganta, llenarme de “cosas” las narices y terminar conmigo en el sofá, pensando que me voy a partir por la mitad.
Mi hija me dice que hay que beber mucho líquido, pero no agua sino jarabe. Mucho jarabe. Mi santo en cambio me dice que no, que nada de jarabe, que zumo de mandarinas o naranjas. Pero él se toma algo de jarabe que yo lo veo todo.
Pongo cebolla en láminas encima la mesilla de noche para curar la tos, tomo zumo con jarabe o jarabe con zumo. Pero el pecho se me parte, o esa sensación tengo.
Como estoy partida de los nervios creo que no debe hacer nada de nada. Nada más de lo que hago. Pero no soy capaz. Como mi hija me tiene castigada sin viajar por su pata, está bien para aprovecharme a coger el resfriado del otoño. Así no me joroba mucho.

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