No estoy seguro de que se entienda bien la Semana Santa española si no se ve la de Andalucía de cerca. Jopetas. Incluso ya contagiada a Madrid..., de momento. ¿Ese exceso social, cultural e incluso ideológico lo podemos seguir permitiendo? Y yo me he criado con monjas, lo advierto.
Hombres de verdad y edad gruesa, tirados por los suelos para sacar los pasos que no caben por la puerta de la iglesia. No rojos de cabeza, sino lo siguiente. Horas y horas de sufrimiento penitencial rodeados de legionarios o de guardias de variado color. Barroquismo religioso que nos van imponiendo a todos con las banderas a media asta. Calles estrechas donde no caben ni los nazarenos, con una jerarquís que asustan.
Lloran, estrenan ropas y zapatos, se gastan dineros brutales en “cosas” aunque no haya más. Incluso en los bares advierten con carteles los días de vigilia que hoy las tapas son de pescado. Y el lujo y la sonrisa que viven estos protocolos inentendibles para una zaragozana, donde también tenemos una buena Semana Santa.
La gente se pelea por un sitio bueno, por ver a su virgen, por escuchar su saeta, por oler los inciensos. Es el teatro de la vida que crea una serie de devociones que casi asusta. Es la Edad Media pero con iPhone. Con nombres de Cristos y de Vírgenes cada vez más largos. ¿Qué pensaría Cristo si lo viera por un agujerito del cielo?

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