Ayer estuve cinco horas en Urgencias hospitalarias con mi marido, bueno… cinco horas por los alrededores del hospital porque como no puedes estar en la sala de espera te mandan a la calle. Los acompañantes tenemos que esperar en la calle o dejar a nuestros familiares, sin estar cerca.
Con tan buena suerte que el hospital en cuestión está a las afueras de mi ciudad, tiene una buena pinada (de pinos), eso sí, pero ni un triste banco para sentarte, te puedes ir pero… ¿a donde, y si te llaman para hablar y no estas que? porque hay que decirlo, al entrar el enfermo te piden como acompañante tu teléfono, pero tienes que estar en la calle.
Así que allí estuve toda la tarde paseando, por los pinos sentada en el suelo, que esa es otra sentarme bien, pero… ¿y levantarme?
Bar sí hay, a la salida del hospital, pero con todas las mesas llenas me imagino que de gente como yo esperando. Y menos mal que mi santo estaba mas o menos bien y podía guasapear con él.
De esta forma me iba contando cómo iba la cosa por que allí, porque nadie te dice nada.
Yo estuve cinco horas allí, y hacía buena tarde, pero había unas personas que llevaban ocho horas y en ese tiempo tampoco les habían dicho nada.
El COVID no sé si nos matara… pero que morimos de desesperación…, seguro.
Por cierto lo que le pasaba a mi santo era una piedrecica en el riñón que ha echado esta noche. Nada peor que un parto, pero como ellos no saben lo que es eso. Un milímetro de piedra contra 4 kilos de bebé, y dicen que es un dolor terrible, je je je.

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