Tras varios meses intentando convencer a mi santo de que me llevara a Tarazona, al final y tras presiones de cocina, dormitorio y terraza lo convencí sin tener que darle con la sartén en los sesos.
Tarazona es una localidad por la que habremos pasado como 300 veces cuando íbamos en coche hasta Soria con mis suegros y que siempre decíamos todos: -Sin falta a la vuelta entramos. Y efectivamente, nunca habíamos parado.
Tarazona sorprende, lo hace su Catedral maravillosa, su barrio judío o su plaza de toros vieja hoy todo casas habitadas. Y sorprenden sus callos, sus migas, sus quesos, sus vinos o sus mermeladas de tomate picante o de txakolí.
Son, creo, 11.000 habitantes, que está creciendo mucho por la inmigración que viene a trabajar al campo. Como son gentes jóvenes se quedan a vivir aquí con todos sus hijos sin importarles nada de la cruz que supone vivir de fijo en Tarazona. Sí, hay un problema en Tarazona para gente mayor como yo. Casi todo son cuestas y escaleras y eso para las rodillas es un castigo.
Para el que no lo sepa es la ciudad donde nacieron San Atilano, Raquel Meller y Paco Martínez Soria. Esta mañana hemos desayunado dentro del pequeño museo de Raquel Meller mientras escuchábamos sus canciones de fondo.
El jamón con tomate sabía mucho mejor, je, je. El hotel Santa Águeda es muy acogedor, una pensión baratita y rural encantadora y típica muy bien atendida. Ya estoy preparando el siguiente viaje. ¿Convenceré a mi santo de que me lleve a Palencia? ¿Existe Palencia?, me han dicho que si.

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