8,30 de la mañana: Mis dos hombres —santo e hijo— están durmiendo a pierna suelta, mientras yo ya no sé el tiempo que llevo levantada.
Hay que madrugar si quiero limpiar un poco sin que ellos estén por el medio. Y no es que molesten, por que ellos se sientan en sus respectivos sitios y no se mueven en toda la mañana. Pero claro donde están ellos ya no puedes hacer nada, por que encima se te enfadan y te dicen que qué estas haciendo pululando por allí.
Así que nada, yo ya tengo media faena hecha. Eso si cuando se levanten ya se que es lo primero que me van ha decir —¿para que te levantas tan pronto? no haces mas que ruidos y no podemos dormir.
Y recoger ya lo hacemos entre todos, entre todos quiere decir: cambiar los vasos de sitio, tanto los que están en el escritorio como los del zumo de la noche anterior en el salón. Cambiar de sitio es llevarlos a la mesa de la cocina, por que ni siquiera los meten al lavavajillas. ¡ah!
Y luego vendrá lo de —pues chica no sé como estas tan cansado si solo son las nueve de la mañana.
Mucha paciencia con estos hombres.
Pero son los que tengo y ojo que no los cambio por nada, por que más vale malo conocido que bueno por conocer, y para cuatro días que se viven pues los viviremos lo mejor que podemos. En el caso de mi santo es el compañero de viaje que me ha tocado en suerte; pues hagamos el viaje lo mejor posible. Y en el caso de mi hijo, es de mi sangre y eso ni tocarlo; como mi hija, que aunque ya no viva con nosotros, es sangre de mi sangre y los hijos —de momento— junto a mi santo, es lo mas GRANDE que tengo.
Después de este descanso voy a seguir con la faena.

Si es que santos como el mio, que te hace las cosas de casa, o por lo menos no desordena nada, ya quedan pocos.
ResponderEliminarA mi hoy me toca mañana de limpieza porque mi santo se ha empeñado con que figurate.