7 sept 2011

La mujer de la nariz rota, por culpa de la limpieza excesiva

De vuelta a casa. Se han acabado las risas. Y se acabaron antes de lo previsto, ¿qué por qué?
pues por que me pegué un buen “hostiazo” contra una puerta de cristales al salir del restaurante después de una buena comida.
Después de haber comido bien y reírnos de todo lo que nos rodeaba, Dios me castigó con un buen trompazo que me di en toda nariz contra la puerta de cristales del restaurante, que como estaba tan limpio no la vi y ¡zaz!, allí que fue a parar toda la nariz, que es mucha. Tembló todo el restaurante, parecía una película de los hermanos Max, vino el camarero rápido y los tres —mi santo, mi hijo y el muchacho— hablándome a la vez mientras yo me quedé sorda del susto.
El camarero súper amable… —venga conmigo, señora— …¿a dónde me querría llevar?
Mi hijo con cara de preocupación… —te sale sangre— para darme ánimos cuando lo mejor es que las heridas las vaya descubriendo una misma poco a poco.
Mi santo con pose de doctor de libro de autoayuda, diciendo son rotundidad… —levanta el brazo contrario al caño por donde te sale la sangre—, ¡pero yo qué coño sabía por qué caño me salía la sangre!, ¡puñetero!, pensaba mientras le veía la cara de espabilado por el rabillo.
Fui al baño del restaurante y me ví la nariz como la del hombre elefante. Grande, echando sangre por dentro y por fuera, roja e hinchada y cambiando de color hacia el morado a una velocidad de vértigo.
¿Me estaré muriendo por la nariz?, pensé. ¿Se puede una desmayar si le parten la nariz a golpes? ¿y qué hago yo tan lejos de mi casa si me tengo que desmayar ahora? ¿habrá urgencias en Madrid?
Ahora escribiéndolo, me río de mi misma, pero ayer lloraba como María Magdalena en día de cabreo, sobre todo de impotencia y ridículo. Todas las mesas se me quedaron mirando, se les cortó el risotto de verduras, pensé.
Pero lo mejor fue cuando volvimos a salir, que como el restaurante tiene dos puertas (las dos de cristal y muy limpias, puñeteros) les dije a los dos hombres que me llevaban en volandas para sacarme des restaurante sin crear más problemas… —mira, ahora dejan la puerta abierta para que no le vuelva a pasar a nadie lo mismo que a mi.
En ese momento mi hijo tembló de miedo y me dijo… —Mamá, hay dos puertas, una abierta y otra cerrada, como antes—.
Casi me la vuelvo a pegar otra vez. Y que coste que solo bebí dos dedos de vino, no seáis mal pensados. Bueno, tengo que decir que la nariz ya la tengo menos hinchada, y que ha sido menos de lo que pensaba. Pero me imagino a los de las mesas mirándome la nariz mientras lanzaba sangre a espuertas y me entran temblores.

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