El ataque de los caracoles asesinos

Ayer me fui andar con mi marido por las orillas del Ebro, e hicimos doble ejercicio, pues aparte de andar ocho kilómetros los hicimos subiendo y bajando el cuerpo, ya que había tantos caracoles que era una pena que se quedarán allí solitos los pobres; así que los cogimos; tampoco tantos un kilo mas o menos.

La bronca que nos monto mi hijo fue seria, porque dice que son animales protegidos (no te preocupes que ya los protejo yo, le dije), pero con todo el mundo que me encontraba en los caminos o estaba cogiendo o llevaba buena bolsa y en los tiempos que corren que hay que ahorrar, y si encima te gustan como es nuestro caso pues oye una comidica que te ahorras, y lo a gusto que te los comes sabiendo que los has cogido tu.

Bueno pues ahora viene lo mejor.

Yo los deje en un escurre verduras tapados con una malla de limones; estuvieron todo el día y no se salio ninguno. Nos fuimos a la cama sobre la una, y esta mañana cuando me he levantado a las siete, veo cosas por el pasillo redondas y lo primero que he pensado, “el perro se ha cagado por todo”, que raro, si el lo sabe hacer muy bien en su papel, ¡quia!, eran los caracoles, que se me habían salido todos, había caracoles hasta en el carnet de identidad, ¿pero no dicen que corren poco? pues estos no; los he recogido, creo que todos pero seguro que me voy encontrando por la casa alguno durante unos días.

Lo malo será que alguno se haya escondido mucho y cuando se mueran (que se morirán) olerá a muerto y anda, adivina donde está el dichoso caracol.

Me ha dado por reírme, y mi marido, que estaba en la cama ha pensado que me había vuelto loca con esa risa y a las siete de la mañana, “¡tranquilo!, duerme”, le he dicho, que sólo es que se han salido los caracoles, todos los caracoles y anda que no cunden los puñeteros; bien no estoy, para que nos vamos a engañar ahora, pero loca lo que se dice loca, de momento no.