Ayer por la mañana, cuando veníamos del médico como casi todos los días, venía delante de nosotros una pareja de ancianos de la compra y como las bolsas que dan son tan malas, pues por el suelo que fueron a parar las manzanas y los melocotones, la verdad que la gente enseguida les ayudó a recogerlas, ¿pero que hacían ahora,?¿ donde las metían?, pues ahí estaba yo para dejarles la bolsa que siempre llevo encima y que me enseñó mi pobre suegra a llevar en el bolso (la verdad que ella llevaba siempre demasiadas).
Es saludable hacer estas pequeñas ayudas, cruzar la acera al que lo necesita, acompañar al que pregunta por una calle o un lugar, dejar el asiento en el bus; no sé, esas pequeñas cosas que te hacen sentir bien.
Mi santo me dijo —¿te imaginas un mundo así en donde cada uno de los 40 millones hiciera una pequeña obra al día?; le contesté enseguida y tal vez sin pensar mucho —yo creo que resultaría empalagoso.
Por el contrario, antes del medico, mi hijo fue a devolver unos libros a la biblioteca pública y le dijeron que uno de los nuestros estaba devuelto mas tarde de lo debido y que mi santo estaba sancionado una semana sin coger ninguno; los hombres no querían ir a protestar, pero yo igual que ayudo al que lo necesita, me “concaro” con el que hace mal su trabajo. Me dirigí a ella y le preguntamos que qué pasaba siendo que el libro lo habíamos devuelto una semana antes de la fecha. Resulta que era un libro que habíamos renovado pero no habían pasado el lector de código de barras aunque si tenía bien sellada la fecha, con lo cual constaba como error. ¿Por que tengo yo que pagar sus errores?.Pues me sentí igual de a gusto (por no decir mejor) con cualquiera de las dos acciones que hice; realmente también hay que enseñar al que no sabe, aunque ella nos respondió a la defensiva —¿pero fui yo la que lo renové?; pues oye no me acuerdo contestamos, ya se quería quitar el muerto; el caso es no reconocer nunca nuestros errores.
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