He estado tres días sin encender el ordenador y no me ha pasado nada; ni a mi, ni al mundo. ¿Esto es real o es una sensación mía?
Mi santo y mi hijo lo primero que hacen nada más que se levantan es decirle buenos días al ordenador y enchufarlo, por su puesto. Luego que se han saludado ambos —el artilugio que hacen ¡Cham, cham!, y ellos todavía medio dormidos— ya son personas y saludan a los que estamos por allí —a mi y al perro—; bueno personas, personas, no lo tengo muy claro, sobre todo mi hijo. Él dice por lo “bajines” algo así como —muuuenasssss— pro en bajito como para no despertarse él del todo, y luego está la cara que ponen según lo que hayan leído en las noticias, que pueden ser buenas y entonces están de buen temple, pero ojo como hayan leído algo no grato para ellos, que ya tengo el desayuno calentito del todo.
Una vez que ya han cambiado impresiones, han despotricado lo que han querido sobre lo humano y lo divino y se han desahogado incluido el vaciado de sus necesidades básicas, vuelta a sus aposentos, bueno a “sus” ordenadores, y ya no tengo hombres casi hasta la hora de comer.
¿No se les dormirá el culo? me pregunto y les pregunto —pues no— me contestan al unísono.
De todos modos mejor que estén sentaditos y calladitos y así puedo yo hacer mis cosas. ¿Qué seria de ellos sin el ordenador? no quiero ni pensarlo; bien, mi hijo estudia con lo cual estaría entretenido estudiando, ¿pero mi santo? ¿todo el día en casa resolviendo el mundo mundial? Al final voy a tener que dar las gracias y todo al ordenador por tenerlos entretenidos y sin molestar.

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