28 oct 2011

Estuve en Salou la noche de la tormenta y las inundaciones.

Me lo pasé muy bien en la playa de Salou, antes de las inundaciones y después de ellas. Por cierto, qué mala leche tiene el agua y la naturaleza cuando se cabrea. El agua desbordada había llegado a un metro más o menos de altura en toda una avenida grande y sus calles adyacentes y había llenado los coches de barro y roto cristales, inundando restaurantes y garajes. Las cañas de los campos se había metido por los bajos de los coches, por las puertas de los patios, tremendo, en serio. Pero lo curioso es que había sido una lluvia por la noche pues fuerte, casi torrencial, pero no tan tremenda como para lo que vimos por las calles al levantarnos. 

En fin, ayer me enteré que volvieron las inundaciones, después del curro que se pegaron los bomberos y los sufridos vecinos. No resuelven este tema por culpa de su Ayuntamiento, mecachis.
Pues eso, que me lo pasé muy bien, pero tras mis buenos paseos por la orilla de la playa la estoy pagando con un gripazo de cama y manta. Me han dicho que son solo siete días, haga lo que haga, así que no haré nada. ¡Hay qué mala se está, cuando se está mala!

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