10 oct 2012

Una bruja de Anzánigo en mi isla desierta

Pues ya estoy de vuelta de la isla desierta. De ese lugar imaginario que nos montamos en la mente, para disfrutar con la libertad. Qué cursi me ha quedado.

Hemos estado mi hijo y yo muy tranquilos, sin discusiones, dando buenos paseos, viendo cosas del campo muy bonitas, sin ninguna necesidad de la tele para nada, echando muchas partidas a las cartas —que el puñetero siempre me gana—, con los sonidos del río y de los pájaros, y viendo las estrellas por la noche; vamos que más que estar en Anzáñigo, que es como se llama el pueblo en cuestión, parece que hemos estado en el cielo —si es que el cielo es así. 

Mi hijo sin Internet, sin ordenador, pero con unos buenos amigos, sus gordos libros, tantos como cuatro que se llevo, más que ropa. 

La casa a la vuelta me la he encontrado muy bien, como si no me hubiera ido, así que ya hemos dicho mi hijo y yo, en vista de que no nos han echado mucho en falta ni el perro ni mi santo: “cualquier día nos volvemos a ir, o bien a Anzánigo u a otro sitio”.

En compensación mañana me voy con mi santo a la playa, en compensación para él, claro. Ya sé lo que estáis pensando, que estoy todo el día fuera, pues sí, por que además cuando estoy fuera de casa, no me canso ni la mitad que me canso aquí, así que hay que disfrutar todo lo que se pueda. A ciertas edades una ya no sabe donde está mejor, por eso voy picoteando en tantos lugares. Y en casi todos estoy bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario