A veces mi santo tiene razón, no siempre que se acostumbra, pero de vez en cuando acierta. Ayer tuve que ir al dentista por que se me había caído un empaste y el muy sabio me dijo —seguro que tienes que ir muchas más veces, mira que estos en cuanto te cogen, no te dejan— y qué verdad es.
Me tienen que empastar dos muelas más y quitarme una del juicio —con el poco que tengo, ya me dirás si me quitan más juicio— y encima me dicen que una limpieza de boca también, que no me iría nada mal. Y unos masajes tailandeses y tascarme la espalda durante media hora y una cena con un mozo alto y bello de 30 años, no te digo.
Pues nada, este mes si lo llevaban mal de pasta —digo de dinero del de gastar— pues conmigo el dentista ya tiene para unas cuantas cervecitas con jamón. Porque hasta en los dentistas se nota la crisis.
Antes llamabas al dentista y te daban cita para una semana y daba igual si era muy urgente; ahora llamas y te dan cita para el día siguiente y te dejan elegir hora.
Y es que como en muchos casos, se han pasado cobrándote y te lo piensas mucho antes de ir. Y eso que mi dentista aparte de guapo no es de los más caros. Es un lujo que te meta mano en la boca un tío de 1,90 y con cara de actor de cine ¿no?
Ayer me tocó la nueva dentista, tocaya suya y en lo de guapa, bueno, bien, pero eso si es simpática, cariñosa y amable, y lo mejor; no me enteré de nada y eso que me pusieron una especies de palitos metidos dentro de la encía para que me dure más el empaste, palito que pusieron en el agujero del nervio que ya me habían matado hace años.
Pues nada el jueves otra vez, empaste y sacada del juicio. Del juicio y del bolsillo. La puñetera dentista me daba fecha el día de la famosa boda y me la ha cambiado. Pero no hubiera estado mal, una buena escusa para no ir. Claro que después de comprarme ropa y haber hecho el regalo, creo que esta muy mal no ir y pasar un buen rato, ahora, que con las pocas ganas que tiene mi santo, seguro que me da la boda. Todo son pegas. Puñetero.

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