Ya sabemos todos los españoles —o casi todos, snif— que estamos en grave crisis económica que empieza a ser incluso social. Se nota por un montón de cosas, sobre todo por todos los que estamos en el paro y por todas las tiendas que se ven cerradas por las calles. Pero una pregunta ¿cuantos bares cierran?; que yo conozca pocos, por no decir ninguno. Y los que tienes apuros los compran los chinos, que nadie sabe de donde sacan el dinero para pagar a tocateja.
De momento todavía nos da para tomarnos unas cervecicas o cafecico de media mañana, que no se por qué, pero no saben como en casa, sobre todo el café. Todavía se ven las terrazas llenas de gente. Cuando veamos las terrazas y bares vacíos y/o cerrados, entonces si podemos decir que estamos mal, mal, mal. Que España se hunde. Yo no soy de bares, pero algunas veces sí que voy a tomarme mi cafecito, pues reconozco que son buenos para que la gente se desahogue, cambie opiniones, las mujeres pongamos a parir a los maridos (cosa que ellos no hacen, ellos hablan de futbol, trabajo, política, o por lo menos eso es lo que me dice mi santo cuando le pregunto sobre este tema).
Y lo bien que nos sienta de vez en cuando, ir a comer algún restaurante para celebrar cualquier cosa; y no es que nos cueste hacer la comida lo que fastidia es recoger después. Lo que pasa que a veces lo piensas y te dices: —es que con lo que me cuesta el restaurante me como una langosta en casa—, y al final ni langosta ni restaurante.
Mañana hace dos años que volvimos a vivir (tras el accidente brutal); mi hijo ya nos ha dicho de comer por ahí, pero ya está mi santo de rancio, que todo lo arregla con una paella —yo la hago—, nos dice.
—¿Y recoger, también recoges tú?— le he dicho; por que eso ya es otro cantar. Mañana decidimos, pero me veo fregando.

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