Ayer hice unas rosquillas que quitan el hipo. Me han salido buenísimas, pero ya no voy hacer más porque me cuesta mucho tiempo hacerlas y luego entre mi santo y mi hijo están todo el día yendo y viniendo, y casi no quedan. Luego se quejan de que no tiene hambre, pero hay que reconocer que me salieron mejor que nunca.
El domingo también hice con los mismos ingredientes, pero para que engordaran menos se me ocurrió meterlas en el horno, en cuenta de freírlas; nada que ver con las de ayer, pero bueno, el perro ha salido ganando que es quien se comió de premio, algunas de ellas. Las hemos hecho trozos pequeños y cuando hace algo bien se las damos de premio. Hombre se podían comer pero estaban bastante duras y corrías el riesgo de romperte algún diente, y tal y como están los dentistas de caros no es plan.
Aparte de caros el miedo que les tenemos a los dentistas, y no sé por qué, pues el dentista mío (bueno al que vamos) no hace nada de daño y además esta buenísimo de la muerte. Con perdón de la muerte y de los demás que están buenísimos.
Lástima que las rosquillas —y me vuelvo a mis temas de cocina— solo las podéis ver, pero con eso, de momento, os tendréis que conformar.

Vaya pinta buena que tienen.
ResponderEliminarCreo que para quitarme el antojo voy a preparar unas pocas.
Cuando se queden duras, aqui las mojaremos en leche o en zumo, pues no es nada mi santo para mojar las cosas del desayuno.