Ya de vuelta de estar por esas tierras de Castilla y convencido mi santo de que con autobús se puede ir a cualquier sitio (aunque sea un poco largo el viaje), la próxima aventura será hacia Zamora y Palencia, quiero decir de viajes largos por Castilla, pues cortos en cualquier momento lo engaño. La verdad es que me ha sorprendido Valladolid, y creo que pasará igual con cualquier ciudad que vaya y lo vea con buenos ojos. Un truco. En las ciudades para conquistarlas con el corazón hay que dormir al menos una noche, comer con calma y siesta una tarde y despertarse con el sol y un buen desayuno. Un aquí te pillo, aquí te mato, no sirve para disfrutar en los viajes. Je, je.
Este ha sido un viaje que nos hemos regalado mutuamente mi santo y yo, ya que hoy hace 34 añicos que nos casamos, vamos que llevamos 34 años aguantándonos mutuamente y tengo que decir que nos hemos aguantado muy a gusto, con nuestras subidas y bajadas, pero queriéndonos mucho siempre , cosas que suceden.
Con dos hijos maravillosos que he (hemos) tenido y que disfruto con mucho cariño. Gracias a ellos y a mi santo por estos años vividos más los que espero seguir viviendo. Sin ellos no sería igual de feliz, y es que debo ser tonta, ¿todavía existen personas que llevan 34 años casadas y además se sienten felices y a cambio no se sienten tontas?, pues debo ser una de ellas. Creo.






Estoy en Bilbao que es el peor sitio del mundo mundial para hacer dieta. Tras cuatro vinos txakolí, que mi santo es muy dado a beber de lo típico, he terminado a la orilla de la ría riéndome con un teléfono móvil en la mano, lo que está por mi edad muy feo, os lo juro.
Las tapas son ya casi todas de diseño. Tanto que te tienen que poner una nota para que sepas qué pides, qué comes. Bueno, también están las de siempre, una gruesa tortilla de champiñones muy jugosa o tostada de salmón con gulas y un poco de salsa de incierto sabor pero ligeramente ácido, sin contar el jamón fino con queso de cabra y confitura de manzana o la cestita de carne picad de ternera con salsa barbacoa y queso fundido.
Nos gusta visitar las iglesias por su arte escondido, por su tranquilidad y sosiego. Pero esta tarde en la de San Juan Bautista al poco de entrar han empezado a entrenarse con el órgano, que estando yo con mi santo solos, ganas me han quedado de no irme de allí. Sonaba como en una enorme cueva, solo para los santos y para nosotros. Hasta mi santo se ha sentado a escuchar la música. Casi mejor ese momento que el del txakolí. He dicho casi, je, je.



