La suerte que tienen algunas con la comida. Se tragan todo lo que les apetece y no engordan ni por castigo. Con lo que me cuesta a mí perder 100 gramos al mes.
Estos días en el hotel había unas señoras extranjeras, que en su país o no comen o tenían alguna enfermedad complicada, porque estaban flacas, flacas, y comían como limas; es imposible comerse todo lo que se comían, como no sea por una apuesta.
Verduras de primero, dos paletillas pequeñas de cordero guisadas, platón de ensaladilla rusa, croquetas y unos calamares, dos kiwis, un plato de arroz con leche y dos pastelitos; ahí es nada.
Y yo con mi coliflor, mi pechuga de pollo, una mandarina y como estábamos de fiestas, un pastelito pequeño.
No hay derecho, claro, que prefiero mis kilitos que tampoco son tantos, a parecer un saco de huesos, que la verdad daban un poco de pena, de lo flacas que estaban.
Yo me figuro que se habrán tomado un tubo entero de bicarbonato o un litro de manzanilla, bueno un litro imposible que les entrara en esos estómagos tan llenos. ¡¡Qué envidia tengo!!

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